Orange Bowl.

... son momentos. Los vasos cada vez me parecen mas chicos y no me ahogo nunca.

Tomaba vodka sólo solo a los catorce, mantenía el control y lejos de decir la verdad inventaba las peores mentiras. A los catorce. Nunca hice amigos en el verano y tuve secuaces que me salvaron la vida andando solo. Creo que siempre me paré en el mismo lugar esperando a nadie. Revisando los bolsillos a ver que pasaba allí adentro. Esperando, esperando. Y las veía desfilar y pasar de un lado al otro y los veía a ellos triturarse sin saber que lo estaban haciendo. Tan tontos. Bailé lento una vez con una a la que le faltaba un brazo y le sobraba una manga larga de una chaqueta. Me reí todo el camino a casa de vuelta y sabía exactamente lo que pasaba: no era mi momento.
Tenía botellas de vodka escondidas en la playa que nunca volví a buscar porque el asco de uno y la maldad de los demás a veces pueden ser suficiente y con mis catorce sentía que no me alcanzaba. En el día no se hacía mucho. Mirar, comer y entrenar (en ese tiempo era jugador de tenis junior y me preparaba para jugar el Orange Bowl en Miami que era algo así como el mundial de tenis para menores). Me deshacía en las mañanas jugando a una maquina de video que se llamaba "skywolf" (conocida y pésima serie de television que se trataba sobre un helicóptero!). Tenía buenos sonidos. Los recuerdo. Puede que hayan sido los parlantes. Era la máquina más grande y portentosa de todas y extrañamente nadie la jugaba. Nadie. Una mañana habia fila. Avanzó rápido y pensé que posiblemente yo no era tan malo para dispararle a otros helicopteros y a comunidades enteras de inocentes como el cadete de las fichas había intentado hacermelo saber la tarde anterior. Viene mi turno y se me adelanta un muchacho deforme que no había visto... le hago saber como viene la mano y tomo el joystick de la maquina como si fuera el mismisimo comando del helicóptero. El empujón que me lanzó no fue tan grave como los ruidos que empezó a soltar a continuación. Ahoaouuu! Ahhouau! En eso me doy cuenta que algo no anda bien. El muchacho es mongólico y yo en realidad pretendía ser "el lobo del aire"... Instintívamente le devuelvo el empujón y veo como por primera vez en todo el verano las maquinas se silencian y todos los tarados pro mortal kombat y street fighter se me vienen encima. El mongólico de culo sentado en el suelo es la última imágen que tengo... Luego fue todo silencio, terror y ver a un papá con la cara mas roja que su propio hijo diciéndome quizás que cosa (Moraleja: acompañalo a los flippers)... Caminé hacia la arena y sin querer había ganado mi primer round por K.O. y sin embargo me sentía descalificado por ser un peso gallo y el otro un minimosca. Para todos, no para mi... Yo había ganado.
El ajetreo del verano siempre me sonó a musica mala y estridencias superpuestas... La rueda siempre giró a favor de las mujeres y por encima de la brutalidad de los hombres. Esa que conocí empapado en vodka desde un rincón hablando con un cajero que me salvó la vida según yo. Si bien estaba en llamas tenía la certeza de que ahí no iba a encontrar lo que ni siquiera buscaba. No conocía el procedimiento y apurar el asunto me parecía inconducente. Humillante a la larga y a lo menos.
Ya no me daban las ganas para ir a pescar al muelle como otrora lo hice algunos veranos porque me quedaba muy lejos. Más encima después de ese lenguado gigante del verano anterior, sentía que el retiro de la actividad se justificaba plenamente. Tardes enteras enrollando y desenrollando ese carrete (catalina para los amateurs) sin siquiera entablar una minima conversación y pensando en que mis escasos articulos de pesca (un carrete y una serie de anzuelos divertidos que me enteré luego de comprarlos que no servían un carajo para ese sector, eran de rio o algo asi... gracias por su ayuda señor dependiente) y la escases de fraternidad de esos pescadores en no dar un pequeño consejo conspiraban en contra del exito. Más así, más acá, más o menos, lo que sea... nada. Ellos iban a pescar el dinero y yo iba por la gloria. Por la gloria de volver a mi casa con un ser vivo ahora muerto. Muerto por mis destrezas. Sangre en mis manos. El silencio de mis tardes hecho cena para mi queridisima familia. Bendito seas Señor Jesucristo por éste alimento que nos proporcionas. Y así fue. Nunca el ascensor se me hizo tan largo como con ese lenguado gigante al que abrazaba envuelto en una bolsa de unimarc que goteaba sangre y agua. Nunca la muerte me pareció un efecto de arte tan maravilloso, complejo y revelador como en esa tarde.

(to be continued...)


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